domingo, 4 de julio de 2010

Las Luces


Cuando se dio cuenta que faltaba dos minutos para las doce  F. llenó la copa con soda que se tiñó de colorado; corrió el plato con los huesos de costilla pelada y se ayudó con los brazos a ponerse de pie. Le costó más que la tarde anterior al terminar de tomar sus habituales mates lentos y amargos.
Miró alrededor de la mesa y comenzó a saludar, levantando la copa, uno por uno a los que estaban presentes:
Saludó primero a C., quién desde la otra punta de la mesa bajaba la cabeza, infantil, y lo miraba desde allí, sonrojándose en primer término; luego revolviendo con su dedo  sus cabellos largos.
Saludó a C., a su izquierda, con su llamativo vestido a rayas blancas y verdes, y con un prominente escote que descubría la profundidad de sus pechos tersos y perfumados. Ella levantó su copa, subrayando el gesto con una sonrisa que dejaba ver sus blancos dientes. Luego bebió de un solo trago el líquido escarlata.
Del otro lado, hacia la derecha, estaba C., sentada, agobiada por el calor de diciembre. Azotada por los dolores recurrentes de su estado de gesta. A pesar de su estado, y de una lucha evidente por contrarrestar la sudoración y la incomodidad, sonrió y observó la mirada de F. que saludaban desde lo profundo de su tristeza  con destellos funestos de incomprensible vehemencia.  Hizo, finalmente, un gesto con sus únicas fuerzas y subió lentamente su copa con agua.
F. saludó a C., quién estaba  parada a su izquierda. Forzaba una sonrisa  y miraba el techo con el fin de contener su congoja. Levemente palmeó la mano de F. como si quisiera transmitirle una paz infinita a través de la epidermis. No consiguió que él cesara el temblor incontrolable.
Por último, F., saludó a C., quién se encontraba a su derecha. Ella apenas se movía de su silla. Miraba hacia el frente y mecía su cabeza, mecánicamente, como en una afirmación. F., al no conseguir respuesta a sus saludos, extendió su mano danzante hacia la de C. y le rosó con sus yemas la parte posterior de su mano manchada con irregulares formas color marrón. C. sintió los ásperos dedos de F. sobre su mano y respondió con una leve mueca de su boca.
El reloj, finalmente, dio las doce reverberantes y tétricas campanadas. F. esperó de pie, tembloroso, que terminaran; puso el envase de plástico con restos de comida sobre un papel engrasado y  lo envolvió. Luego colocó el paquete sobre el plato lleno de huesos pelados, las migas apelmazadas que meticulosamente había extirpado del pan; y colocó todo en la pileta de la cocina. Mientras se dirigía a su cuarto vacío, arrastrando sus ajadas pantuflas, fue apangando una a una las luces de la casa, llevando tras de sí todo el silencio de la noche de año nuevo.



2 comentarios:

||descascarado dijo...

por un segundo estuve en año nuevo..muy bueno..!

Férguson Calviño dijo...

gracias, como de costumbre, descascarado!!!!