lunes, 3 de agosto de 2009

No se que hay en Buenos Aires...


No se que hay en Buenos Aires. Ojalá me dieran los sesos para entender por qué se mueve con intermitencia. Se acerca, se aleja; entra y sale, holgada, de su propio orbe.
Se intromete en rincones amargos, tiñe con humo líquido los ojos de los que circundamos su cintura; golpea con sutileza, con ritmo, los estómagos de los añorantes sueños dialectales.
Río de la Plata: Oscuro, turbio y sin brillo; oxímoron perfecto, palpable; que despeina, arrogante, al primer gil deseoso de quitarle el velo de embriaguez a nuestro encantamiento.
No se que hay más allá de estos suelos. Apenas puedo reconocer si esto que piso es lo que llaman tierra (dudo que exista, creo que flotamos). Juego, bajo el umbral de mis supersticiones y de mis figuraciones infantiles, con el espejo de la Europa jovial, la del tabaco en la rue des…, pero, en realidad, conformo mi ansiedad con un pucho al abrigo de la calidez que expele, desinteresadamente, un cúmulo de basura; al refugio de la baba de los porteros y del polvo prefabricado que cubre las calles de la ciudad.
Hay pura contradicción. Así es como se conjuga la ciudad que detestamos, de tanta admiración y envidia, los pajueranos que residimos a la vera de su semblante rígido, en los márgenes insípidos.
Heredera de diversos cantos (orientales, sajones, mulatos), toscamente aglomerados, que propone un enjambre de zumbidos secretos, de códigos y contrapuntos ocultos. Y más acá, algunos gauchos de poca monta, hincados, con el mate en las sienes, explican la superstición clásica, mojando hojas en un platón de tinta cuajada. Y más allá, en el norte del gran barrio sebáceo, se descansa apaciblemente al resguardo de los primigenios de la mugre, los añejados compraditos, evolucionados en el llanto, catedráticos de la resistencia y la tolerancia a los vahos putrefactos de la ciudad.
¡Amalgama grandilocuente y poco serena! Yace, incierta, una historia venidera que partirá injustamente de un centro no central, y que embeberá siempre los aires crepusculares con vientos de inmadura adultez.



Por Ferguson Calviño
(Éste es fresquito: 2009)

1 comentario:

Mundo Aquilante dijo...

Le falto observar algo de Buenos Aires... bah creo... Cuando se calla, cuando se queda en silencio, dice cosas de los hombres que ninguna otra ciudad pronuncia.

Saludos desde Mundo Aquilante!
me gustó mucho el post.