jueves, 20 de agosto de 2009

Los cuatro cerdos



Los cuatro cerdos.





Despierto a causa de un olor asqueroso.
La nuca, la espalda, mis nalgas y mis piernas se hunden en el barro.
Barro viscoso, charcos aislados.
Agua marrón con tonalidades verdes.
Ruidos extraños y el olor vomitivo.
El barro frío me hace temblar.
Levanto la mirada y me doy cuenta de que estoy desnudo.
Sigo mirando y veo cuatro cerdos.
Cuatro cerdos que me miran.
Me miran con deseos de saborearme.
Intento levantarme, apoyando los codos y resbalo en el fango.
Los cerdos retroceden unos centímetros.
Continúan mirándome, sigo inmóvil y empiezan a acercarse.
Se acercan los dos más grandes.
Me huelen los pies bañados en barro.
Me lamen los pies bañados en barro.
Las cosquillas me llegan hasta la entrepierna.
No es nada gracioso.
Desde la entrepierna hacia arriba la cosquilla se transforma en sudor.
Sudor de miedo.

Sus miradas no son nada amigables.
Sus pocos dientes se hacen cada más visible.
Sus dientes no son nada amigables.
Sus gritos me estremecen.
Sus gritos me hacen temblar. Comienzan a mordisquearme los pies adormecidos.
Siento el machaque de sus mandíbulas.
Siento la sangre brotar de mis dedos.
Se acercan los dos más chicos.
Se acercan a mis manos.
Uno a la izquierda, el otro a la derecha.
Huelen mis dedos.
Yo los muevo para ahuyentarlos.
Comienzan a mordisquearlos.
Dejo de sentir mis dedos.
Dejo de sentir todos mis dedos.
Vuelvo a levantar mi cabeza.
Los más grandes están masticándome las rodillas.
Desgarrando mis rodillas.
El fango se tiñe de rojo.
Los charcos se tiñen de rojo.
Ya no siento mis piernas y el dolor me inmoviliza.
Dejo caer la cabeza en el barro.
Fijo la mirada en el cielo.
Siento que en mi pene dos narices.
Husmeando mis genitales.
Mi corazón está a punto de estallar.
Mi corazón quiere escapar.
Yo quiero escapar.
Siento que una boca viscosa toma mi pene.
Siento que una boca viscosa arranca mi pene.
No quiero mirar.
Miro.
El más grande de los cuatro cerdos revolea como un trofeo mi pene.
Imagino mis testículos ensangrentados.
Mis ojos lagrimean.
Las heridas chorrean sangre.
Los otros cerdos husmean, ahora, mi estómago.
Sus tres bocas desgarran mi estómago.
Mi piel es una de sus peleas.
Gritan y forcejean un cerdo con otro para comer mi cuero.
Yo me desangro.
Yo miro, tirado en el barro ensangrentado, mi cuerpo destrozado.
Lo poco que queda de mi cuerpo.
Lo poco que queda de mi estomago.
Comienzo a preguntarme cuando terminará todo esto.


El más grande ahora muerde mis abdominales.
Deja a la vista mis intestinos, mi estómago y mi hígado.
El dolor sólo lo siento en los ojos.
Solo en los ojos.
Los otros tres vuelven a comer mis brazos.
Entre los tres arrancaron el izquierdo.
Luego siguen con el derecho.
Se arrinconan en una parte del chiquero.
Escucho el crujido de sus mandíbulas rompiendo mis huesos.
El cerdo más grande ahora está sobre lo poco que queda de mí.
Me mira a los ojos. Desafiante.
Su respiración hedionda me da en la cara.
Me llena el mentón de su baba asquerosa, mezclada con sangre.
Como si estuviera a punto de besarme o a punto de terminarme.
Se acercan a mí los otros tres.
Uno aún tiene una parte de mi codo en su boca…

Los cuatro cerdos se relamen observando el banquete.
Los cuatro cerdos disfrutan de mi sufrimiento.
Los cuatro cerdos me miran morir.
Los cuatro cerdos se alejan, dejándome morir.


Imagen: Guadalupe Rojas
Texto: Férguson Calviño

2 comentarios:

Unknown dijo...

Los chanchos ante la comilona...

Unknown dijo...

Chancho VA...........